«Proyecto Yeca» se muestra en una versión que nuevamente nos confronta con los límites y formas del arte y la cultura actuales . En un bastión de resistencia artística de la ciudad de Buenos Aires, vecino de la Villa 31 y del famoso edificio Rulero encontramos un conjunto de fotos de grandes dimensiones interviniendo los Galpones del Ferrocarril que hoy ocupa el “El Gato Regazzoni”.
En el primer tramo de la muestra vemos una serie de 14 fotos de gran tamaño: Sindicalistas, autos volcados, policías a mano de cuchillo, un hincha de “estudiantes de la plata” orinando en via publica, posters de mujeres desnudas y otros reflejos de la ciudad de Buenos Aires salen a nuestro encuentro. Grandes dosis de color, ironía y humor. Qué caminos, qué recorrido nos propone Abadi en esta versión de Proyecto Yeca. El desafío es doble; por un lado las propias imágenes alteran nuestro orden normal y aumentan las fisuras, encuentros surrealistas de nuestra argentinidad cercana, por otro el mismo espacio expositivo se muestra desafiante generando otros nuevos interrogantes.
El fotógrafo rastrea a modo de un flaneur aquellas huellas que nuestra cultura contemporánea en todos sus abanicos posibles puede comprender. Reconoce y busca los desechos, las miradas, observa los rincones y bordes de cada camino. La narración por tanto resulta ser potente y por momentos violenta. Reconoce y habla desde ciertos lugares preponderantes de la argentinidad. Así esa huella que rastrea adquiere la forma de un signo icónico. Pero el propio recorrido dada por la misma realidad de la cual se nutre, hace a cada elemento reflejado una forma inestable, cada una de ellas posee un revés que juega en la fragilidad de su misma existencia. Cada acto, cada personaje, comporta una doble mirada, ocupa el espacio en distintas formas que luego quedan tomadas en las grandes fotos de Abadi. Las huellas se amplían, el camino se agranda, las miradas crecen y los bordes silenciosos también se sobredimensionan.
Pero la apuesta del espacio de emplazamiento juega un rol fundamental, lo que nos introduce en el segundo aspecto de la versión actual de Proyecto Yeca. Decíamos que el desafío es doble aunque sea dificultoso en un punto separarlos. Las fotos se encuentran colgadas de las chapas de los galpones, algunas de ellas apoyadas entre arbustos y ramas de árboles.
El espacio ya contiene una fuerza desmedida, grandes galpones de los antiguos ferrocarriles, hoy talleres de arte. Caminar por la muestra propone un verdadero desafío, las caminatas en el barro son habituales: Bosta de burro, gallinas, todo tipo de fierros cortantes y mucha basura son moneda corriente en el camino. ¿Por qué visitar la muestra entonces?
Boris Groys analiza pormenorizadamente los comportamientos que nuestras economías culturales, y con economías no nos referimos a cuestiones de divisas, sino cómo unas formas y modos culturales pueden pasar de un campo al otro. Así el teórico detecta las dos áreas fundamentales por las cuales estos movimientos pueden darse: lo perteneciente a lo culturalmente valioso, y aquello que se encuentra fuera de esta área, lo ordinario. Sin embargo observa que aquellas instituciones de la cultura, validadas y reconocidas, se nutren fuertemente del segundo campo, detectando y conservando en el archivo aquellas cosas que se pretenden importantes y que deben estar al resguardo de la institución.
Este análisis nos lleva siempre a tener el interés en ambos campos de acción, trazando unos límites entre uno y otro que no siempre son claros, o al menos no están eternamente definidos. Son bordes porosos jugando en estas dobles acciones.
Es allí donde queremos situar la obra de Abadi. El autor busca fuertemente en la cultura no valorizada, rastrea signos de nuestra contemporaneidad en el campo de lo popular. Pero a la hora de mostrarlo no busca un nuevo espacio institucional de validación, sino que lleva su material al mismo espacio de problemáticas, tensando aún más la cuerda de las formas de mirar y sobre todo narrar la cultura contemporánea argentina.
Así, las fotos se hallan en esa frontera, ese borde poroso que permite ir y venir, ese puro campo de acción donde los signos y formas están vivos por la propia dinámica que requiere su lectura. Nos son fotos documentales puestas cómodamente en una sala blanca, están en el barro, la calle y la chapa oxidada.