El campo de indagación de Luis Abadi es el espacio público, más precisamente la ciudad de Buenos Aires. Como un cazador al acecho, Abadi aguarda a sus “presas” con paciencia: el instante justo lo encuentra preparado para capturar, no sin un sesgo eminentemente irónico, lo que de extraordinario surge en el trajín de la vida cotidiana. Su mirada sobre la sociedad remite a la picaresca y al doble sentido, códigos habituales en el lenguaje argentino.

 

Los personajes de sus obras signan el estatuto de la gente de la ciudad y revelan situaciones en las que el choque social, naturalizado o invisibilizado por la costumbre, se vuelve evidente. Y es que Abadi sabe que hay algo absurdo, y a veces ridículo, en el deambular por la ciudad, y la función del cronista visual es la de estar allí para captarlo y darle trascendencia.

 

Aun involucrando temas populares como el fútbol, la movilización callejera, la mixtura cultural de las grandes urbes, y los símbolos más conspicuos de la Argentina-el Che Guevara, Evita, Gardel-, Abadi no cae en la anécdota o la intención panfletaria sino que mantiene distancia y documenta situaciones y personajes particulares que representan rasgos culturales y marcas sociales reconocibles de nuestra identidad.

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